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El plan siniestro de la señora K

La señora K, fría y ambiciosa, lo tenía todo calculadísimo. Sabía que de ninguna manera su padre —depauperado por un cáncer de larga data— llegaría en condiciones elementales a la feroz contienda electoral del año 2026. Sin embargo, lo postuló para quedar bien (con las huestes naranjas y con los incautos de siempre, que no son pocos). Lo hizo para la fotografía y para impostura que le suelen ser tan afines. Fue un gesto político en su más escabrosa connotación.

“Tomaré la posta de nuevo”, quizá pensó frotándose las manos con fruición: “Pero ahora les diré que piensen en él, en su memoria, en su gobierno… Yo tengo que terminar la tarea. ¡Su entierro será todo un espectáculo!, voy a exprimirlo hasta después de muerto… porque ésta también será mi última oportunidad”.

Su mucama de turno, la torpe señora D, obsecuente hasta la deshonra, decretó tres —repito: ¡tres!— días de duelo nacional y, por si fuera poco, fue diligente para ofrecer unas exequias dignas de un estadista de la patria (que, para muchos desavisados, no tiene parangón). La opereta ya estaba armada y la prensa más canalla y farsesca se encargaría de refrescarnos la memoria de una muy particular —y provechosa, para ellos— manera: en Latina se llegó a decir que el incendio del Banco de la Nación lo provocaron los protestantes de la Marcha de los 4 Suyos (cuando todos sabemos que fue otra puesta en escena sangrienta de Montesinos y su secuaz).

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