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La homilía de monseñor Carlos Castillo

En contraste con lo que sería la más prolongada y amodorrante lectura de un mensaje presidencial ante el Congreso, la homilía de monseñor Castillo en la misa por el día de la Independencia fue breve y sustanciosa.

Muchos de los que están agobiados por las consecuencias de la pandemia y de la crisis política que ha llevado al desastre institucional, habrían querido que el arzobispo de Lima lance invectivas -a la manera del profeta Isaías- contra los políticos, no solo corruptos, sino desvergonzados y cínicos. Pero no, monseñor Castillo recordó que la misión de la Iglesia es acompañar al pueblo peruano “no para hacer un país católico, ni un gobierno católico, ni un partido católico, porque Dios es de todos y la fe no se impone”.

Entonces, su homilía fue para comentar el pasaje del Evangelio del día (Jn. 6: 1-15), que narró el episodio de la multiplicación de los panes y establecer su relación con el hoy de los peruanos, “porque Dios se revela siempre en el corazón de la historia”.

Jesús pregunta dónde hay comida para tantos y Felipe responde que no se puede, pues ni siquiera una gran cantidad de dinero alcanzaría para alimentar a cinco mil “porque está influido por la mentalidad del templo [de Jerusalén, donde gobiernan los sumos sacerdotes], donde todo se compra y todo se vende”. Recordó que Jesús nos invita a romper con esquemas caducos. A salir de la deslealtad institucional y el cálculo obtuso de la mentalidad del templo (los palacios del poder); lugar de destrucción, de muerte.

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