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Palestina

Hace muchos años vi la película “Nuit et brouillard”, que significa noche y neblina, de Alain Resnais, un documental sobre el holocausto judío en los campos de concentración, principalmente en Auschwitz y quedé impactado, conmovido e indignado por los crímenes de los nazis. Cómo Alemania había llegado a ese extremo de crueldad y de desapego frente al dolor humano. La segunda guerra nos reveló el infierno detrás del afán de dominación y de una subcultura de violencia y muerte. La misma sensación tenemos hoy frente a la situación en Palestina, que tiene al sionismo israelí como victimario de su población árabe. Del supremacismo racial aria del III Reich en el siglo pasado, hemos llegado en pleno siglo XXI, al sometimiento a sangre y fuego de los palestinos, por quienes se arrogan una superioridad étnica, por mandato divino, de los sionistas israelíes, en el antiguo territorio palestino.

Nos preguntamos: ¿Es tanto el resentimiento del pueblo judío, por el holocausto, y el antisemitismo secular, para permitir, y en el caso del sionismo israelí, ensañarse hoy con tanta crueldad, con la comunidad palestina, cristiana, musulmana, drusa o baha’i? Es verdad también que hay en muchos países, hasta en Israel, una masa crítica de judíos que deplora esta situación; como es el caso de Noam Chomsky y muchos más.

El uso y abuso de la religión para la dominación colonial es tan antigua como la humanidad. Así fue con los griegos, los romanos, y desde el siglo III, con Constantino como Papa, para católicos y cristianos. Lo mismo fue para las luchas interreligiosas, como la matanza de San Bartolomé en el siglo XVI en Francia que significó asesinatos en masa de los hugonotes, protestantes calvinistas, por fanáticos católicos; o la condena a Lutero por el Vaticano que lo persiguió hasta después de muerto para quemarlo.

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