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El camino al infierno

Por: Nicolás Lynch

Esta vez parece definitivo. El viraje esperado del bloque en el poder, congreso más ejecutivo con un claro tinte de extrema derecha, luego de los casi setenta muertos de principios de año, está en curso y el objetivo en el corto plazo puede cumplirse: la dictadura abierta. Me he resistido durante meses a calificar al régimen usurpador como dictadura, pero sus acciones los delatan de una manera implacable. Estamos al borde de un cambio de régimen en el Perú.

Me quiero detener en la calificación del régimen como usurpador, porque dicho así nomás se presta confusiones. Es usurpador no por las personas, porque no esté Castillo sino Boluarte, no. Es usurpador porque actúa en contra de la voluntad de transformación del Perú expresada en las urnas en julio de 2021. Y porque los que detentan hoy el poder, no tienen legitimidad entre la población. Es decir, la abrumadora mayoría de los peruanos creen que los que mandan no tienen el derecho a mandar.

En otras palabras, el escudo del Perú está torcido en la banda que Boluarte se pone cada vez que puede, porque se siente incómodo en ese pecho ajeno.

Pero regresando al origen de la reflexión. La captura final de los órganos de la justicia, cerraría ese espacio de la esfera pública en el que se procesaba una cierta competencia y deliberación, con algún efecto práctico y a la luz pública, en la correlación de fuerzas entre los distintos actores políticos y nos llevaría al terreno oscuro de la proscripción y la persecución. Es decir, al terreno en el que el poder de turno, pasa a definir quién puede hacer política y quien no, proscribiendo a los que no acatan y persiguiéndolos si no siguen sus dictados.

El factor decisivo de este viraje autoritario es la debilidad de la oposición, tanto social como política y no sólo la maldad de nuestros adversarios que han decidido, parece que ya sin vuelta, volverse en enemigos. El bloque en el poder, promediando desaprobaciones, es repudiado por nueve de cada diez peruanos. No importa la encuesta que se escoja, en los últimos ocho meses. Parece que esta vez ni los amigos, ni el dinero, ni las influencias han podido mover la dureza de estos sondeos. La pregunta es cómo en este estado de asilamiento la debilidad del poder es, paradójicamente, más fuerte que la debilidad de la oposición.

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