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El poder persuasivo de los hechos

La mentira consiste en dar una visión de la realidad diferente a la que se tiene por verdadera; se define entonces por su relación con la verdad. La mentira desfigura la realidad, va unida al engaño y dificulta el diálogo, que es la base de la política. Puede ser que en la guerra sea necesario mentir, pues ninguna de las partes en conflicto se arrepentirá de ello, ya que con el enemigo absoluto no tenemos ninguna obligación moral. Pero es preciso recordar que la guerra es la destrucción de la política.

La gran filósofa alemana Hannah Arendt considera que la mentira es constitutiva al hacer político y afirma que “el conflicto entre verdad y política reside en que, en la política en lugar de una verdad de la razón, entre a jugar la verdad de los hechos”. La libertad de opinión, en consecuencia, sin reconocimiento de los hechos, es una característica trasgresión de los regímenes totalitarios o dictatoriales, y de los que aspiran a serlo. Según Arendt la transformación del hecho en opinión es la peor de las mentiras, ya que de una opinión falsa podemos decir que es hasta normal en la política, pero falsificar un hecho es destruir la realidad. Y la política trabaja sobre esa realidad, por lo que si se le destruye con mentiras ya no tiene en dónde sustentarse. Lo que no se puede sustituir es la verdad. Arendt cree (“Crisis de la República”, 2015) que en circunstancias normales el que miente es derrotado por la realidad, pues el mentiroso hallará imposible imponer la mentira como principio, y que ésta es una de las lecciones que cabe extraer de los experimentos totalitarios.

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