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Presagios de un mundo “desintegrado”

Pienso en “Disintegration” (The Cure) y me recuerdo en una calurosa tarde de 1992, curioseando en las Galerías Brasil, mirando discos y echando cuentas con ansiedad porque mis exiguas monedas no me daban muchas alternativas. De pronto suena ese bajo de Simon Gallup en “Fascination Street” y yo, que he sido siempre un antisocial, tuve que ir al puesto de donde provenía esa insólita melodía y preguntarle al vendedor qué estaba sonando. El tipo calvo y de gafas me alcanzó entonces el estuche del CD, obviando las palabras, por supuesto. Entonces fue que vi la mirada afligida de Robert Smith, sumergido para siempre en un mar de lágrimas, asechándonos desde un reino velado y solitario.

Cuántas cosas hemos vivido con “Disintegration”. Cuántos adolescentes amanecieron en una calle del centro con esa música en sus venas, saliendo a duras penas vivos de “No Helden” o de “Bauhaus”, tomando la sagrada decisión de no volver a casa, por lo menos no aquel día. “Disintegration” ha sido la banda sonora que ha coloreado nuestros peores días con colores tenues y delicados, como un cielo a punto de oscurecer.

Presagios de un mundo “desintegrado”




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