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Evocación de la canción Los Estudiantes Pasan

Hoy, por la mañana, en el fugaz intervalo entre el sueño y la vigilia, me hallé entonando la letra y la música de Los estudiantes pasan, una canción que había aprendido en la escuela fiscal de la calle Jerusalén, en Arequipa, donde mis padres me habían puesto.

Sucedió antes de 1940. El director, un hombre gordezuelo, no muy alto y vestido con traje y corbata, tañía su violín en el centro del patio con los chicos a su alrededor formados por clases, una hora
antes de salir por las tardes.

Recordé que, luego, había cantado esa canción algunas veces cuando de improviso me venía a la mente. Y, súbitamente, entendí que, sin darme yo cuenta, estaba en el tropel de motivaciones subconscientes de los fines que me he propuesto en la vida.

Aquel director, al que por alguna innoble razón cambiaron por otro, soso e indiferente, se llamaba Nicanor Rivera Cáceres. Nunca volví a verlo, pero las canciones que nos enseñaba y nos hacía cantar en el patio de la escuela me acompañaron siempre. Eran, además de lindas, sencillas lecciones de moral.

Ese hombre fue, tal vez, una reencarnación de Esopo. Muchos años después me enteré que la canción
era un himno de los estudiantes chilenos escrita alrededor de 1930. Fue una inspiración inmortal que, además de su mensaje, creo, ha sembrado gratitud en quienes la han comprendido.




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